viernes, 28 de marzo de 2014



LA IMPOSIBILIDAD DEL AMOR

En una cultura y en una sociedad en el que se habla de una manera casi diría compulsiva de amor (entendiendo por tal el amor de pareja), de sus virtudes, de que hacer para atraerlo, llama la atención la cantidad de personas que viven en soledad. A poco que se rasque observaremos que esta es una sociedad que por el contrario alberga un intenso sufrimiento por este tema. Parejas con infinidad de problemas, personas deseperadas por encontrar pareja, personas que viven aisladas. Todo apunta en mi opinión a un hecho fundamental característico de nuestra sociedad: la represión.


Hace algunos años que apareció una película que abordaba (entre otros temas) el problema de la represión del amor. Se llamaba Lo que queda del día (James Ivory, 1993). En ella se abordaba la historia del desencuentro amoroso de un mayordomo y un ama de llaves (en los papeles nada menos que Anthony Hopkins y Emma Thompson) al servicio de un noble algo trasnochado en la Inglaterra de los años treinta. El director y los intérpretes lograban transmitir la atmósfera represiva en cuanto a los sentimientos. Recuerdo una escena impresionante, por la brutalidad en la que se muestra la represión. En una fase de la relación en la que se podría esperar un cierto acercamiento en la pareja, el ama de llaves irrumpe en la habitación del mayordomo, al que encuentra leyendo. Ante la pregunta de que estaba leyendo, el mayordomo se muestra nervioso. Captando su nerviosismo ella insiste, ¿Acaso estará leyendo un libro "picante"?. Toma el libro y se produce un forcejeo. El ama de llaves se sorprende de que el mayordomo está leyendo una novela rosa. Insiste pinchándole. Él corta la situación recomponiéndose en su ridículo papel de mayordomo y afirmando que la lectura se debe al deseo "de progresar en el idioma" indicándole al ama de llaves que saliera de la habitación. La terrible dureza de la escena reside precisamente en la enorme intensidad emocional bloqueada por la represión.

Hechos como el que señalan en la película (y que suelen ocurrir en la vida real) constituyen por sí mismos una denuncia total de la civilización en que vivimos. Vamos por la vida pensando en que la soledad es la norma y que solo podemos aspirar a breves momentos de felicidad con el otro o con los otros. Siempre lo importante está en otro momento y en otro lugar. En la adolescencia nos  inculcan la idea de crearnos grandes metas para nuestra vida, olvidándonos de los y las que están a nuestro lado otro lugar. Todo esto para que en un momento determinado de nuestra vida nos demos cuenta horrorizados de la barbaridad que hemos hecho con nuestra vida (y afortunados los que podemos darnos cuenta). Los ideales de competitividad que nos ha inculcado el capitalismo nos impulsan a enfocarnos hacia una serie de metas en los que destrozamos todas las posibilidades de felicidad que se nos ofrecen en nuestra vida. El o la adolescente presienten ya la falsedad de esta realidad y la rechazán. De todas maneras este rechazo no puede menos que fracasar dentro de la barbarie de la industria del ocio. Al adentrarse en este mundo se acostumbran a renunciar a todos los ideales que, como el amor y la amistad, se pudieran oponer a la entrega total que exige el sistema.

En ese sentido recuerdo al respecto como el curso anterior a la universidad, el llamado COU, era en realidad un curso preparatorio del examen de selectividad. Las y los estudiantes habían interiorizado la obligación de la competitividad que hacía inviable el establecimiento de relaciones afectivas dentro del curso. Los intentos de establecer una comunicación  con los demás se veían entorpecidos por ese maldito examen y la competitividad desatada en torno a él. Los estudiantes se estaban preparando para obtener una buena nota media que les permitiera la entrada en la carrera elegida y esta a su vez en la carrera deseada. Frente a los años del bachillerato, alegres y despreocupados, en los que era posible establecer relaciones comunicativas con los demás, este curso sacaba lo peor de la gente. Digamos que este curso era un preludio de la barbarie que se avecinaba. A un conjunto vidas consagradas a unas carreras sin finalidad alguna.

En Los hermanos Karamazov de Dostoyevsky hay una escena sobrecogedora. Dimitri Karamazov es detenido acusado del asesinato de su padre. En medio del interrogatorio en la casa en la que ha pasado la última noche, Karamazov experimenta un delirio en el que ve una aldea quemada de donde surge una hilera de de desharrapados y una mujer esquelética con un niño hambriento en brazos:

"No es posible, no es posible-repite Mitia en el mismo tono de incompresión-Dime por qué estàn aquí estas desventuradas, por qué han de sufrir esa miseria tan espantosa, por qué llora ese pobre niño, por qué ha de ser tan árida la estepa, por qué esas gentes no se abrazan y cantan alegres canciones, por qué tienen la piel tan negra, por qué no dan de comer al pequeñuelo...
Mitia sabe muy bien que sus preguntas son absurdas, pero también sabe que tiene razón, y no puede menos de preguntar. Además, advierte que una honda pena se va apoderando de él, que está a punto de hecharse a llorar. Siente un vivo deseo de consolar al niño que llora y a la madre de los senos exangües; anhela enjugar las lágrimas de todo el mundo y en seguida, sin detenerse ante nada, con todo el ímpetu de los Karamazov."

La grandeza de Dostoyevsky en esta escena esta en hacer saltar con una imagen toda la civilización. La pregunta de Dimitri (Mitia) es una pregunta infantil, pero que es perfectamente racional.¿ Por qué tenemos que, después de vivir siglos y siglos de civilización y de todo el desarrollo científico, vivir constantemente en esta miseria (en todas sus dimensiones)?.¿Por qué es tan árido el mundo y tan inhóspito? ¿ Y por qué es imposible amar en él?

2 comentarios:

  1. Buen texto! Opino que no se puede andar hacia el amor o amar por el simple hecho de que la población ni tan siquiera es consciente de qué es el "amor", supeditado éste al concepto del romanticismo. Y para más inri, este Estado Moderno romántico, al estar supeditado al neoliberalismo, incluso crea competitividad dentro de las relaciones amorosas-románticas. ¿Cómo no lo va a crear fuera de ellas?
    :( Dejo una pequeña historia al respecto:
    http://cinefagiadesociedades.wordpress.com/2013/04/11/190/

    Avanzar hacia un concepto verdadero del amor y librarnos de la competitividad es el único camino.

    ¡Salud!

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    1. Estoy de acuerdo contigo. Creo que el mito del amor romántico ha sido devastador. Ahora bien, yo ahí tengo una duda. Creo que mucha gente ya no cree tanto en el mito pero se comporta como si siguiera creyendo en él. No sé si me explico, pero hoy la gente sigue buscando una pareja como si de una tabla de salvación se tratara. La pareja se ha convertido en una especie de "oasis" en un mundo hostil, que imposibilita el establecimiento de relaciones afectivas fuera de ellas. Y digo afectivo y lo remarco porque creo que lo afectivo no tiene que ser sexual (y mucha gente piensa que necesariamente es así). Y eso crea sufrimiento porque los que no tienen pareja se ven excluídos del amor (y eso refuerza la necesidad de buscar una pareja) y los que tienen pareja se ven envueltos en una dinámica llena de tensiones, como señalas. Lo que pretendía con este texto y con el de la "represión de la ternura" era romper con esa dinámica y señalar la posibilidad de una vivencia amorosa (que no tiene que ser necesariamente sexual porque ahí hay otro elemento) plural y en libertad. En fin, gracias de veras por tu comentario y por la referencia. Y perdona si no he sido demasiado claro en la respuesta porque hoy me encuentro algo turbio. Salud

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