viernes, 10 de enero de 2014



EL CANDIDATO: LA FARSA DE LAS DEMOCRACIA

Una posible reseña a esta película (El candidato, M. Ritchie, 1972) sería la de una crítica a la farsa de democracia norteamericana. Pero el devenir de la política en otras partes del mundo (como Europa o Latinoamérica) la convierten en una crítica de la farsa política democrática en general. En los años en los que se rodó la película había inquietud acerca del papel de la publicidad en la política (otro libro de la época Cómo se vende un presidente despedaza literalmente a R.Nixon presentándolo como un producto de la mercadotecnia) y acerca del papel del debate público real en las campañas electorales.

El candidato presenta la campaña electoral a un puesto del senado de un abogado joven (Robert Redford en el papel protagonista) hijo de un millonario político californiano. El joven candidato, inicialmente un abogado que se dedica al activismo político, es literalmente elegido por una empresa de publicidad y relaciones públicas para iniciar la carrera hasta el puesto de senador. El joven candidato es caracterizado por una mezcla de idealismo un tanto difuso, una inexperiencia política obvia, un fuerte atractivo físico y un complejo de inferioridad no resuelto frente a su padre (un curtido político californiano).
La campaña electoral es relatada con toda su crudeza . Es decir vemos lo que usualmente no sé ve. En primer lugar llama la atención la ausencia de consejeros políticos, todos provienen del ámbito del mundo de las campañas electorales (mundo al parecer nómada pues van rodando por el país buscando candidatos y elecciones). Por otro lado es sorprendente como el candidato es tratado como un pelele. Así éste tiene que someterse a que le traten como a un niño y que costantemente le ordenen lo que tiene que decir (hay una escena muy chocante en la que el candidato es sometido a un rapapolvo político por parte de su director de campaña sentado en la taza de un wàter). Los ideales político-sociales del candidato son manipulados (aprovechándose de la oculta ambición del candidato por emular a su padre) hasta reducirlos al simplismo mas burdo de los mensajes electorales.
Por otro lado hay un efecto que en un principio desconcierta al que ve la película y es que inicialmente parece que la campaña es un desastre de lo sumamente deslabazada que està. Lo que pasa es que lo que el espectador ve es la trastienda de la campaña donde se realiza el montaje televisivo de la campaña electoral. Porque la campaña se reduce a eso, a un puro montaje de escenas hecho por expertos en campañas electorales. Así se va viendo la pérdida total de la racionalidad política que comportan estos procesos, la ausencia de un debate político minimamente racional (resulta familiar la escena del debate electoral con el estúpido minuto final donde se le insta al candidato a resumir su programa).
No pensemos, insisto en que estamos ante hechos que suceden en los Estados Unidos. En el Estado español la instauración de la democracia supuso el desembarco de estas técnicas (por ejemplo la campaña de 1982 que llevó al PSOE al poder fue paradigmática al respecto). Todos sabemos que los candidatos electorales son avisados en los mítines acerca de cuando se conecta con las televisiones. Y es curioso que todos lo sepamos y aceptemos el juego. Los vergonzosos debates electorales que hemos visto ultimamente en nuestro país (en el que se llegaban a sacar cartones con gráficas ridículas) han sido éxitos de audiencia. Y es que el público, con un cierto cinismo, participa también del espectáculo. Se trata de asimilar la política a un torneo deportivo. En las noches electorales (y yo me encuentro entre los que he seguido apasionadamente estas noches) es frecuente ver en la sede del partido perdedor episodios de llanto, parejas que se abrazan melancólicas. Es preciso decir que la política y la democracia se nos presenta por tanto "fetichizada". Por tanto hay que "desencantarla". Y para ello no hay mejor remedio que comenzar a construir una democracia diferente, basada en la participación real.

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